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Inventos que pueden salvar nuestro planeta – Drones que plantan árboles

Los árboles son esenciales para almacenar las emisiones de gases de efecto invernadero, filtrar el aire y el agua, nutrir el suelo, proporcionar alimentos y…
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¿Qué científicos descubrieron los elementos radiactivos artificiales?

Este matrimonio de químicos ganó el premio Nobel de Química en 1935 por su hallazgo.

El apellido Curie es reconocido internacionalmente y, en especial, en el mundo de las ciencias. El matrimonio formado por Marie y Pierre dedicó su vida al estudio de la radiactividad y la pareja pronto se dio a conocer como un referente histórico. Por ello, si nos paramos a pensarlo un momento, no resulta extraño que el apellido Curie siguiese viéndose relacionado con nuevos descubrimientos químicos durante muchos años. Tanto es así que fue Iréne Joliot-Curie, hija de la científica franco-polaca, junto a su marido Frédéric Joliot quien obtuvo el primer elemento radiactivo artificial.

Nacida en 1897, Iréne Curie se vio claramente influenciada por la labor y carrera profesional de sus padres. En 1918, tras sus estudios en el Collège Sévignése convirtió en la asistente de laboratorio de su madre en el Institut du Radium de la Universidad de París mientras llevaba a cabo sus estudios universitarios. A los 23 años era licenciada en Química y Matemáticas y en 1925 llevó a cabo y presentó su tesis doctoral sobre la radiación alfa del polonio fotografiando los rayos en una cámara de niebla Wilson. Al año siguiente se casaría con Frédéric Joliot, un excelente científico que se convertiría en su inseparable compañero de laboratorio y con quien compartía su pasión por el deporte, el humanismo y las artes.

Sus estudios, tanto conjuntos como por separado, consiguieron grandes avances en radiactividad natural y artificial, transmutación de elementos y física nuclear. Pero su gran proyecto en común fue el bombardeo de aluminio, boro y magnesio con partículas alfa, tras lo que observaron que se producían isótopos radiactivos a partir de elementos no radiactivos. La joven pareja descubrió que, al poner un contador Geiger junto a una lámina de aluminio sometida a radiación alfa, esta emitía radiación. El aluminio bombardeado se había convertido en un elemento radiactivo artificial, que no existía en la naturaleza. Este descubrimiento reveló la posibilidad de usar isótopos artificiales para provocar cambios químicos y procesos fisiológicos.

En 1935, poco después de la muerte de Marie Curie, el matrimonio Joliot-Curie recibió conjuntamente el Premio Nobel de Química por haber conseguido producir isótopos radiactivos artificiales. Tras esto, y aunque su trabajo académico y en la investigación siguió muy activo, Iréne dedicó parte de su tiempo al cuidado de sus hijos Hélène y Pierre. También acentuó su faceta más social, inscribiéndose en el Comité de Vigilance des Intellectuels Antifascistes el mismo año que ganó el Nobel, participando como enfermera de radiología para el bando republicano durante la Guerra Civil española y siendo secretaria de estado del gobierno socialista de Léon Blum. Por su parte, Fédéric tuvo un papel muy activo en la lucha contra el nazismo dentro de la Francia ocupada y recibió la Cruz de Guerra y la Legión de Honor.

Al igual que le ocurrió a su madre, la larga exposición a las radiaciones de los rayos X provocaron que Iréne enfermara de leucemia y muriese en 1956. Tras quedar viudo, Frédéric continuó la labor de su esposa hasta 1958, cuando moriría a causa de una enfermedad hepática. La aportación del matrimonio fue un hito para la química que tendría importantes repercusiones en campos de medicina y biología.

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El pozo de Darvaza, la puerta del infierno

Julio Verne diseñó un viaje al centro de la Tierra imaginando que el mayor obstáculo sería el calor que desprende el magma ardiente bajo nuestros pies. En ocasiones las historias que creemos ficción resultan verdaderas, para muestra está el desierto de Karakum, a unos 300 kilómetros de Adjaba, la capital de Turkmenistán, en donde el fuego arde desde hace más de cuatro décadas: un pequeño accidente (pozo) que debía subsanarse en días, derivó en un desastre que tiene vigencia en nuestros días.

El pozo de Darvaza, un error humano

Todo dio inicio en 1971, cuando un grupo de geólogos rusos exploraron la zona del desierto de Karakum en Turkmenistán. Lo que en realidad buscaban eran campos petrolíferos. Aunque no existe un informe oficial sobre los eventos que ocurrieron, la historia cuenta que durante la exploración inicial los geólogos estaban tan contentos por todo el hidrocarburo que encontrarían que no pensaron en las consecuencias.

De esta manera, decidieron perforar justo sobre un área cavernosa, una cueva natural que incluía un resquicio (abertura pequeña) de gas natural que finalmente cedió. Como resultado de ello, el desmoronamiento del suelo se llevó consigo todo el equipo de perforación con el que contaban, creando un enorme sumidero de más de 60 metros de diámetro y 30 metros de profundidad.

No hubo muertos, pero del hoyo que crearon salía gas natural, el cual está compuesto principalmente de metano ––un gas inodoro que aunque no es tóxico puede desplazar el oxígeno y hacerlo más fácil de respirar cuando alguien está cerca––.

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¿Qué hicieron los geólogos rusos?

Asustados de que los gases tóxicos provenientes de la fuga de metano convirtieran en inhabitable los alrededores, los ingenieros hicieron lo que suele hacerse cuando el gas brota: prenderle fuego y quemarlo. En unas semanas, como mucho, el fuego se extinguiría cuando el yacimiento de gas hallado por error se consumiera.

Lamentablemente, sus cálculos no fueron del todo afortunados, porque el cráter sigue encendido desde 1971 y lleva así 47 años.

© Tormod Sandtorv

Espectáculo turístico

Pese a que el pozo de Darvaza no es obra de la naturaleza, se encuentra en una región de difícil acceso por sus restricciones burocráticas para visitar la zona. Sin embargo, la “puerta del infierno”, como la gente lo llama, es una atracción turística que por la noches se muestra en todo su esplendor.

De todas formas, el intenso calor que emana del cráter solo permite aproximarse a sus bordes durante escasos minutos, hasta que la temperatura se vuelve insoportable.

En mayo de 2015, el explorador canadiense George Kourounis se convirtió en la primera persona en descender (con un traje térmico) al fondo del pozo de Darvaza. El hombre comprobó a través de muestras del suelo que existen organismos viviendo a más de 400 grados.